jueves, 3 de septiembre de 2009

MI FAENA

Cada mes de enero es especial para mí porque no veo la hora de que empiecen las corridas de toros en la plaza la Macarena. Éste es un mes de celebraciones debido a mi cumpleaños, pero no encuentro mejor espectáculo que la feria taurina que se realiza a principio de cada año.
El 2 de enero de 2004 me llevé una gran sorpresa porque la plaza de toros sufrió una serie de cambios estructurales como un techo corredizo, un suelo de arena de más de treinta y ocho metros de diámetro con una capacidad de más de 14.000 espectadores; lo que quiere decir que la plaza taurina, la cual fue inaugurada el 4 de marzo de 1945 ya no sólo es la sede de corridas sino que también se ha transformado en plaza de eventos como conciertos, circos, desfiles de moda, y en general todo tipo de eventos, pero conservando sus instalaciones para todo tipo de festejos taurinos.
Recuerdo la primera vez que vine cuando la inauguraron, era prácticamente un potrero, veíamos cómo la lluvia nos emparamaba ya que ésta no tenía techo, los toros se resbalaban, y en vez de sillas unas pequeñas tablas de madera en donde disfrutábamos del espectáculo. Los dueños eran Rafael Uribe Piedrahita, Carlos Molina, Luciano Restrepo y Carlos Peláez quienes integraban la sociedad Plaza de Toros La Macarena S.A. que después pasó a ser propietaria única la Fundación Hospitalaria San Vicente de Paúl de Medellín.
Desde el año 1991 he sido miembro de CORMACARENA, que ha logrado mantener la estabilidad de la plaza y su feria. Para ello doné $1.000.000 junto con otros 27 miembros de la Corporación la cual es hoy en día una de las organizaciones más importantes de América.
Como es costumbre siempre llevo a la feria la montera (gorro de terciopelo negro) que me regaló el primer torero que participó en la primera feria de la Macarena, su nombre era Francisco Rivera, alias "paquirri".
Aquí estoy en la 13ª edición de la feria taurina de la Macarena, estoy un poco viejo, pero mi deseo de ver las corridas sigue siendo el mismo como desde el primer día que vine. Me encuentro tembloroso, más que por el entusiasmo es por la enfermedad conocida como mal de parkinson la cual padezco desde hace cinco años.
Debido a esta enfermedad tiemblo como si me estuviera muriendo del frío, pero no es eso lo que siento, sino un terrible malestar al ser víctima de las burlas que escucho cada que voleo mi gorro para celebrar alguna faena. Hoy soy conocido como calambre, fiel asistente de la feria. Aunque mi doctor me haya recomendado permanecer en casa no hago caso alguno, por ningún motivo voy a perderme una corrida; y si mi destino es morir en una plaza de toros voy a morir muy feliz.
Como hoy cuando por mi tembladera perdí mi gorro, que cayó a la arena y sin pensarlo dos veces me tiré a recogerlo ya que no quería perderlo porque éste hace parte de mi vida. Al llegar al ruedo vi por primera vez la muerte en los ojos enfurecidos de un toro de aproximadamente unos 800 kilos que empezaba a correr hacia mí, yo no perdí la calma ya que no le temo a la muerte; cogí mi gorro y esquivé al bovino de tal manera que hice una faena y logré el aplauso del público que gritaba con entusiasmo mi famoso apodo calambre.

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